Una nueva revisión de estudios publicada el pasado miércoles en la revista médica BMJ confirmó la asociación entre el consumo de alimentos ultraprocesados y diversas enfermedades, como la diabetes, enfermedades mentales y una mayor mortalidad prematura.
Los investigadores analizaron artículos publicados en los últimos tres años, que incluyeron a casi 10 millones de personas en total.
Los resultados revelaron que un mayor consumo de alimentos ultraprocesados se asoció con un aumento del 50% en el riesgo de morir por enfermedad cardiovascular, un incremento del 50% en el riesgo de ansiedad y otros trastornos mentales, y un 12% más de riesgo de diabetes tipo 2.
Además, se observó un aumento del 21% en el riesgo de muerte por cualquier causa, un incremento del 50% en el riesgo de obesidad o problemas de sueño, y un 22% más de riesgo de depresión.
Los alimentos ultraprocesados, como la bollería, las pizzas industriales, las salsas y los aperitivos salados, representan una gran proporción de los productos vendidos en los supermercados. En España, más del 20% de las calorías consumidas provienen de este tipo de alimentos, mientras que en México alcanza el 30% y en Estados Unidos llega al 58%.
La preocupación por los efectos negativos para la salud de los alimentos ultraprocesados está en aumento, a medida que su consumo se incrementa en todo el mundo. Estos productos, que suelen tener un alto contenido de grasas saturadas, sal y azúcares, y un bajo contenido de nutrientes esenciales, se asocian con un mayor riesgo de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares.
En un trabajo de los mismos autores, vieron que el riesgo de depresión se dispara cuando los ultraprocesados superan el 30% de la dieta diaria de una persona. Para la salud gastrointestinal o el riesgo de cáncer, la evidencia, consideran los investigadores, es limitada.
El estudio, liderado por Melissa Lane y Wolfgang Max, de la Universidad Deakin en Australia, recopiló datos que sugieren la necesidad de implantar políticas de salud pública para reducir el consumo de alimentos ultraprocesados. Aunque no se pueden comparar directamente los efectos en la salud de estos alimentos con los del tabaco o el alcohol, Lane sugiere que algunas políticas implementadas con respecto a estas sustancias podrían ser efectivas para reducir el consumo de ultraprocesados. “Por ejemplo, las etiquetas de advertencia en los paquetes, como las de los cigarrillos, podrían ser efectivas”, afirma la investigadora.
Por su parte, Miguel Ángel Martínez, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra, respalda la propuesta de implementar medidas estructurales.
“Hay que hacer que sean más caros a través de los impuestos, y utilizar los ingresos que se obtengan para abaratar el precio de los productos sanos como el aceite de oliva o los frutos secos, no para otra cosa”, explica. “No puede ser que los alimentos sanos sean cada vez más caros, porque eso va a incrementar la brecha de salud entre clases sociales”, remacha.
Por ahora, se sabe que estos alimentos, conocidos por ser menos nutritivos y por empeorar la calidad de la dieta al aportar altas cantidades de sal, grasa y azúcar, podrían ser responsables de favorecer el desarrollo de enfermedades crónicas.
El artículo también cuestiona los métodos utilizados para evaluar la calidad de la evidencia en estudios nutricionales. Martínez critica un aspecto del estudio que lleva a los autores a dar por débiles evidencias que quizá serían más rotundas con otro método de medición.
“Utilizan el sistema GRADE para evaluar la calidad de la fuerza de la evidencia y se han equivocado, porque ese método se pensó para los ensayos clínicos y desde hace tiempo sabemos que es más adecuado el NutriGrade, adaptado a las características específicas de los estudios de nutrición”, señala.
“Con GRADE, en muchos estudios de nutrición la evidencia va a ser débil, porque un estudio observacional ya va a ser malo, y en nutrición no podemos hacer ensayos clínicos aleatorizados como se hace con los fármacos, dando a la gente ultraprocesados para ver si les hace daño, porque no sería ético”, resume.
A pesar de la dificultad de alcanzar un alto grado de confianza en los estudios nutricionales, los investigadores sugieren realizar estudios a corto plazo para evaluar los efectos de los alimentos ultraprocesados en aspectos como el peso, la resistencia a la insulina, la microbiota y los niveles de inflamación.
Aunque determinar si estos alimentos aceleran la muerte o la aparición de enfermedades graves a largo plazo pueda resultar imposible, se plantea como una solución intermedia para comprender mejor su impacto en la salud.